“Si convives con un
familiar enfermo y anciano, como tu mamá, puede pasar que, de un momento a otro, te encuentres discutiendo con ella (cosa que antes no
hacías) porque crees que se volvió terca,
que no le quiere hacer caso al doctor, que no toma la medicación y le adviertes
y reniegas, te desconciertas, no
entiendes nada… y “es que no se acuerda”.
“De pronto descubres
que dentro de su mundo interior empieza
a esbozarse un paisaje muy diferente, con
escasos colores, opaco, con muy poco sol,
bastante solitario y angustiante. De la
noche a la mañana te asustas porque te encuentras viviendo en la “La casa de
los Espíritus”, pues empiezan ellos a acompañarla; los espera en las noches,
por eso no duerme, deja la mesa puesta… y
¡pobre de ti si le discutes!, responde “tú no sabes nada”. Qué te queda? No
contradecir. Ataca con más fuerza la “Demencia Senil” y entre el impacto y
la profunda pena, te paralizas, no sabes qué hacer para
ayudarla, contentarla. Te involucras tanto que por momentos sientes que te
asfixias porque se aferra a ti con todas sus fuerzas. – Donde estás que no te
encuentro mamá? mi compañera, mi amiga,
mi consejera?. Quieres gritar ¡ya basta!, ¡auxilio!- quién me ayuda?. ¡Quiero tirar
la toalla! y encima te sientes culpable...entonces llegó la
crisis para ti también”.
“Sentí que la oración fortalece y descubrí que Dios nos pone ángeles de carne y hueso: mi familia y amigas,
entre ellas la persona que me ayuda en los cuidados de mi madre y los
quehaceres de mi casa, todos sintonizando conmigo brindándome apoyo incondicional
de todo tipo. Un “gracias” se queda corto, pues si no
fuera por ellos yo no estaría aquí compartiendo este proceso tan intenso”.